martes, 26 de febrero de 2013

Cuando amar duele - Capítulo 3


Capítulo 3 
Robando amigos


Lunes 23 de agosto.

La primera semana había pasado a duras penas, pero ya había terminado y las cosas comenzaban a tomar su cauce.

Ya sabíamos cuáles eran nuestros nuevos maestros y los nuevos compañeros comenzaban a platicar con nosotros con más confianza. En conclusión, comenzábamos a hacer un grupo en toda la extensión de la palabra.


El chico nuevo ya platicaba más debido a que Geo era su amigo, por cierto muy amigo de él, de toda la vida. Habían estado todo el parvulario juntos, antes de que Tom se fuera, o algo así comentaron, además de que vivían medianamente cerca. 


Las vacaciones las habían pasado juntos también, sus papás eran amigos, y el papá de Georg tenía una casa en la playa, así que ambas familias habían pasado todo el verano juntos en la playa ¡Vaya, qué ironía! Ahora comprendía bien el porqué de cómo se saludaron el primer día de clases.



No hablaba mucho, aparentemente sólo lo necesario, pero yo no me fiaba de él, sentía que aún estaba intimidado por ser el nuevo. Además que su conducta despectiva, por más que hubiese desaparecido de momento, me daba la impresión que brotaría de él sin previo aviso. 


De todos los compañeros nuevos que entraron al salón –porque se podría decir que el salón seguíamos siendo nosotros, el antiguo grupo - él era el que más apego tenía. 

Nosotros éramos los más populares de la escuela, bueno… no “los más”, pero sí éramos bastante respetados por los demás y con nosotros nadie se metía.


El receso siempre la pasábamos en la cafetería todos juntos, y él siempre estaba pegado a nosotros, salvo uno que otro momento cuando se levantaba a saludar a sus antiguos compañeros de años pasados, pero siempre terminaba por regresar a la mesa en donde todos estábamos tomando nuestros almuerzos.


Las clases del profesor de Cálculo eran todos los días, el horario estaba compartido, pero de él no había ni un solo día que nos librásemos; no entendía por qué nos torturaban con esa materia cuando la especialidad era administración. 


Estaba concentrado, intentando hacer una integral que el profesor de Cálculo había puesto en la pizarra.



¿Tienes un borrador? murmuró tan cerca de mi oreja, haciéndome estremecer, causando que el vello se me erizara. 

Desde el tercer día comenzó a coger mucha confianza; de pronto y sin más un día me habló, pidiendo que le prestase un bolígrafo ya que a él se le había olvidado el suyo. Yo no me pude negar, no sabiendo que me sobraba uno, así que decidí prestárselo. Pero ahí no terminó todo. Él observó que siempre cargaba una pequeña bolsita con todo lo necesario en mi mochila, todo tipo de lápices, bolígrafos de colores, borradores, sacapuntas, marcadores, y un sinfín de cosas… yo era de las personas que prefería llevar todo consigo, por prevención. Así que cada vez que el señor ocupaba algo, ¿a quién recurría? ¡Sí, a mí! 


Entonces ahora tenía la manía de estarme pidiendo todo lo que ocupase. Odiaba que me hablara en medio de clase… bueno, no lo odiaba precisamente. Pero no me gustaba, no sabía que tenía que me ponía nervioso. Y mira que a mi ningún chico me venía a provocar ese tipo de cosas. Pero es que su voz era tan ronca, y hablaba tan bajo y tan, tan cerca de mi oído que… no sabría decir, pero no era nada bueno.


Si no se habían dado cuenta… todos aquí me aceptan como soy, todos conocían de sobra que no era como los demás chicos, era de la otra acera, del otro bando o simplemente yo prefería salir con chicos que con chicas. Anteriormente había tenido un novio, el que fuera mi primer novio, después de que el muy cínico me pusiera los cuernos con una tía ofrecida, habíamos terminado y yo no quería volver a acercarme a ningún otro chico. Incluso ya eran casi dos años de haber terminado con Richard… (Así se llamaba él, mi primer novio y el único), yo no había tenido el más mínimo interés por nadie, y así pretendía permanecer.


—No. — le contesté borde. Además que me ponía nervioso me hacía desconcentrarme y ya se perdía todo aquel esfuerzo por intentan sacar la integral.

Regresé a mi cuaderno, haciendo el mayor esfuerzo por retomar la concentración que se había esfumado tras escuchar su voz. Entrecerré los ojos mirando tanto numerito que me volvía loco.


—Prometo regresártelo. — volvió a murmurar, con tono suplicante.

Volteé de mala leche y lo puse en medio de su libreta en un movimiento arrebatado — ¿Contento? — le sonreí lo más sarcástico posible y me giré de nuevo en mi lugar. 

Siempre con sus pretextos… que le prestara un bolígrafo, un borrador, un lápiz, un sacapuntas, hasta el diccionario… el muy flojonazo nunca traía nada consigo. Y claro, el único idiota que siempre prestaba todo era yo. No cogía la manera de poderme negar… y aún me costaba trabajo decir un ‘no’. Con lo fácil que es.


Volví a hacer el esfuerzo por concentrarme una vez más. 

El maestro de cálculo había dicho su nombre el primer día, pero a algunos de los nuevos alumnos él ya le había dado clases el año pasado y le apodaban “La garrocha”. El colmo era que si uno le llama por su nombre, el muy idiota no contestaba y si uno decía “garrocha” giraba como si así le hubiesen bautizado.


Yo me limitaba a decirle “profe”… para no tirarme por las ramas.


El profe, “La garrocha”, tenía un método muy bueno… le daba firma a los cinco primeros que terminaran el ejercicio. Desde el primer día dejo en claro cuál sería el método. Con 10 firmas al mes, uno no hacía prueba y por lo tanto, no habría que estudiar para el examen mensual.


— ¡Ay! — me quejé al sentir un picotazo en las costillas, como si un lápiz se me hubiese enterrado.

— ¿Qué pasó ahí? ¿Están copiando? — todos nos quedamos callados. Todos sin lugar a duda voltearon a mirarme ya que fui yo quien se quejó y con voz elevada. 



Temblequeé. Contuve el pinchazo que aun palpitaba en mi carne. Me hice el disimulado para que no me fuese a sacar del salón, temiendo que en efecto se hubiera dado cuenta. Era un maestro que le gustaba llevarse con los alumnos y a su vez muy estricto. 

Pero lo que había hecho Tom me dio una rabia, seguro el muy cabrón lo había hecho para que me quejara y supongo para que me sacaran también. Esa era la advertencia, no copiar, el que copiaba quedaba fuera durante una semana.


Al no recibir respuesta el profesor volvió a lo suyo.

Suspiré de alivio. Esta vez me había salvado. Pero… no se lo perdonaría tan fácilmente.

Giré disimuladamente y le ofrecí una mirada amenazante. Él sintió como le observé y alzó la cabeza sonriendo… estaba intentando ¿coquetearme? 

Ceñí los ojos, mirando casi que salían de mis pupilas lanzas que deseaban enterrarse en su mirada, para que le sacasen los ojos por cabrón. Porque si él estaba buscando guerra conmigo la iba a conseguir.


Me volví a mi sitio y sentí otro picón. La punta nuevamente se enterró en mi piel, pero a toda costa reprimí ese quejido que se atoró en mi garganta.



Perdona. Murmuró. Qué manía estaba cogiendo de ponerse a hablarme por lo bajo en medio de las clases. –no quería que te sorprendieran copiando-  se rió por lo bajo.




La clase por fin terminó y yo alcancé a ser el tercero de la firma del día, ese lunes yo había obtenido la mía. Así que él no se salió con la suya.


En cuanto hubo el profesor salido del aula, me giré completamente molesto.


— ¿Qué te traes, eh? ¿Querías que me sacara? — pregunté sin rodeos. Estaba completamente cabreado, incluso, creo que mis mejillas estaban rojas de coraje, podía sentir el calor apoderándose de mi cuerpo, como la sangre apresurada recorría mi torrente sanguíneo hinchando las venas por las que pasaba.

—Tranquilo, solo quería un borrador. — contestó de lo más sereno.

—Pues le hubieras pedido un borrador a otro, no a mí. — refunfuñé. 

¿En verdad podía ser tan cínico? Su conducta me sacaba de mis casillas, era tan cínico, tan, tan… él. A veces parecía hacerlo intencional y otras se miraba ingenuo, con su sonrisa serena, y sus labios moviéndose lentamente en una armoniosa melodía. Por el contrario, yo estaba acostumbrado a que no me molestaran en clases, cuando me concentraba ya sabían mis amigos que no debían de acercarse a mí, porque si me descarrilaban me ponía de mal carácter.


Pero sobre todo, mi interés primordial era mantener buena calificación, tenía una beca que proteger.


—Eres el que tengo más cerca, si me giro o pido uno a los compañeros de al lado, se darán cuenta y me sacarán a mí. — soltó con aquella chulería, arqueando la ceja y sonriendo de lado.

— ¡Pues ese no es mi problema! — me levanté dejándolo con la palabra en la boca. Me caía bastante mal por pesadito, para que ahora saliera con esos comentarios, que si eran broma, no tenían nada de gracioso.

Llegué hasta donde estaban mis amigas sentadas ya en el escritorio del maestro. Ahí también estaba Georg y las demás chicas del grupo, sin dejar de lado a Fernando y Rubén







La mañana terminó y con ella las clases, todos salimos platicando, haciendo un barullo bastante alto. Siempre terminábamos parados frente a la puerta de los baño. A saber porque… quizá porque siempre había alguien que quería desahogar la vejiga después de estar sentado durante horas.


Y el día de hoy me tocaba a mí.

Entre al baño, llegué al inodoro y descargué todo aquel líquido, sintiendo una gran satisfacción, me había aguantado media hora, todo por no interrumpir la clase. Me lavé las manos y pensando con tanta ilusión en mis planes para el día de mañana, querías recordarles la noticia y pasar ese día tan importante para mí con ellos.


Pero para cuando hube salido, aquí, el chico de las rastas tenía a mis amigas muertas en risa. ¿Qué les habría dicho? 


Llegué de nuevo, haciéndome el despistado y me situé en el círculo. Estaban rojas como tomates y no paraban de reírse frenéticamente, todas agarrándose la barriga de las ganas con las que se reían. Intentando acaparar de nuevo la atención, carraspeé, pero me ignoraron. Georg también estaba riéndose ahí como idiota.


— ¡Ha Tom! te luciste. — le comentó Georg.

Su risa era muy contagiosa, e incluso sentí la necesidad de ponerme a reír al igual, e hice la expresión para que me explicaran, pero él alzó la ceja como un presumido y a través de sus parpados a medio abrir fijó sus ojos en mi, sin responder, me inspeccionó haciéndome un escáner y mi poca alegría se convirtió en furia. Yo por orgulloso no pregunté que era la gracia. Me limité a esperar a que sus risas cesaran aunque nunca acabaron del todo.


— ¡Hey! — traté de hacerme voz entre las risotadas.

— ¿Quieren que los lleve? — dijo con tono muy seguro, acallándome. ¿Qué nadie me escuchaba? ¡Joder! Ahora comenzaba a hacerme invisible, y por qué no, también mudo a sus oídos. Yo no era Tom, ya no más era el chico gracioso, ni el centro de atención, no era el más nuevo, ni el más extrovertido, ahora Tom comenzaba a ocupar mi lugar, o al menos así lo percibía –voy para el lado del centro de la ciudad, si quieren aventón me dicen- su tono arrogante me molestó bastante, y a pesar que yo iba exactamente para aquel rumbo, fui el primero en decir que no.

Me ignoraron. Nadie preguntó si quería decir algo cuando les llamé y esa fue la primera puñalada que recibí directamente.


Mis amigas, las muy idiotas dijeron que ‘si’ ¡por Dios! Que parecían zombis mirándole y riéndose de tal manera. Incluso una que vivía a unas cuadras de la escuela (Fahara) asintió asegurando que necesitaba ir para aquel lado.


‘Idiota’, murmuré por lo bajo al ver que le iban haciendo fila.


Me fui caminando solo, a cuatro cuadras pasaba el bus que me dejaba en el centro. 


Yo por mi necedad, me había inscrito en la escuela que me quedaba más lejos, solo porque esa me gustaba, tenía que tomar cuatro buses todos los días, dos de ida al instituto y dos de vuelta a casa.


Con paso cansino me fui alejando de ellos, rumbo a la parada de buses. Ellos muy emocionados apresuraron su paso y le siguieron dejándome a mí de lado y olvidado.


Traté de alejarlos de mi mente. No merecían que estuviera pensando en ellos, que muy traidoramente se había largado con él, pese a que ya les había comentado que me molestaba un tanto el chico nuevo. Pero a ellas parecía no inmutarles. Geo… Geo era su amigo, por tal a él no tenía nada que reclamarle.


Llevaba caminadas casi las dos cuadras cuando un auto se aproximó, el motor de un auto cada segundo se escuchaba más próximo y el barullo también. De pronto llantas derraparon al frenar, giré mi vista por inercia y ahí les vi.


— ¿Quieres que te lleven? — gritaron muy divertidas, entre gritos y sonrisas.



No, gracias. volví mi vista al frente y continúe con mi paso. 

Tom, comenzaba a sacarme de quicio. Arrancó de tal manera, haciendo un ruido enérgico, dejando las llantas marcadas en el asfalto. 


Estaba que echaba lumbre por los ojos, de la rabia que me había invadido.

Es que… ¿de verdad nadie se acordaba? ¿Nadie recordaba que día era mañana? ¿Nadie se preguntó que les tenía que decir? No. Nadie, ni uno solo. Y lo más triste, quería invitarlos a comer a mi casa porque al siguiente día era mi cumpleaños, sí, mi cumpleaños. Pero los muy imbéciles prefirieron irse con él.


Era fanfarrón y le encanta ser el centro de atención. Cuando llegaba a estar en confianza se la pasaba diciendo ‘es que Tom esto’ ‘Tom el otro’ siempre contando sus “Tomaventuras”. 


Y ahora que todos sabían que tenía auto, más se derretirían por él. Nosotros, los del grupito, ninguno tenía auto, a Georg se lo prestaban muy de vez en cuando sus papas, así que siempre andábamos todos juntos en el bus, pero esta ocasión había sido diferente. Después de dos años juntos, por primera vez me dejaban a mí abajo, todo por irse con él.



Definitivamente, todo estaba cambiando, todo comenzaba a ser diferente y él, aunque no lo admitieran comenzaba a ocupar mi lugar, comenzaba a ser desplazado. En pocas palabras, me estaba robando a mis amigos.










wibiya